El visor implicado


Ensayo de Dorian Lugo-Bertrán para la exposición fotográfica Volver a casa [Returning Home] de Yadira Hernández-Picó

VER FOTOS

20 de septiembre de 2017. De categoría cuatro a su entrada y posible categoría cinco en su paso por el centro de la Isla, el huracán María atraviesa Puerto Rico en peligrosa diagonal, abarcando la Isla toda. Ni un solo rincón quedó a salvo de su paso aplanador.

Algunos quedaron, sin embargo, más afectados que otros, por diferentes razones. Uno de ellos fue el municipio de Maricao, conocido popularmente como el Pueblo de las Indieras, ubicado en el sector de la Cordillera Central en el centro-oeste de la Isla.

En su segunda exposición individual, el tema no ha sido de fácil acercamiento para la fotoperiodista y gestora cultural Yadira Hernández-Picó, natural de Maricao. Los objetivos fotográficos captados por su visor son seres humanos, claro que sí, y son también compueblanos y, en caso particular, es su progenitora; otros objetivos fotográficos son entornos, claro que sí, y son también barrios vecinos, integrados por gente que, en ocasiones, se conoce.

La fotoperiodista recibe el paso del Huracán en Carolina. Al otro día, como todo el que lo vivió, le toca afrontar lo que queda puertas afuera. Se puede decir que en ese momento Puerto Rico vive su segundo huracán: la lenta recuperación de los estragos de María.

Luego, Hernández-Picó emprende en automóvil un épico recorrido al municipio montañoso que normalmente le hubiera tomado unas tres horas; esta vez le tomó ocho. Su “vuelta a casa”, topos antiguo de la literatura y de la producción cultural general, se convirtió en una “busca de casa”, pues el paso de María había re-cartografiado su pueblo de crianza entero. Con carreteras intransitables por escombros y derrumbes, el nuevo Maricao era irreconocible, y exigía que una maricaeña de pura cepa preguntara a cualquier transeúnte por direcciones elementales, como turista: por cuál carretera andaba y cómo podía llegar a su barrio de crianza. Cuando al fin “vuelve a casa”, con lo que allí se topó no me toca relatarlo a mí, por discreción. Pero quizá esta exposición deje entrever la experiencia.

La muestra se inserta en el género del “relato visual”, que combina crónica y fotografía. El relato integra el consabido esquema periodístico de la triangulación de contenido. Las fotografías evocan el sub-género de la fotografía sociodocumental: la fotografía de desastres naturales. Pero hay más. Se apropia deliberada y creativamente del sub-género de la fotografía vernácula, en las instancias en que generalmente se advierten seres humanos que pretenden retomar su antigua cotidianidad, y posan frontalmente para la cámara, entre ruinas, escombros y paisajes, sea recogiendo o reorganizando pertenencias, sea realizando antiguas faenas.

En adelante, se cocina, como siempre, sí, pero bajo nuevo “techo azul”: el del cielo raso diurno o el de la lona (impermeable) que hace llegar -con alarmante morosidad- una dependencia del gobierno federal estadounidense, también azul; se corre bici, sí, pero en lo que antes era un barrio, es en lo sucesivo terreno baldío, vecindario desolado. (Todo parece “quemado”, asegura un entrevistado.) Los antiguos hogares quedan, de repente, “reformulados”: lo que antes era el afuera de la casa, en adelante es adentro-afuera, por naturaleza invasiva. El hogar sucesivo, como damero, opera con nuevos deslindes. El patio de antaño es la sala-patio de hogaño; la habitación de ayer es la habitación-almacén de hoy. “… las cosas de allá”, refiere otra de las entrevistadas como si de una frontera se tratara, para indicar lo que ya no está acá, pese a que todavía “las cosas de allá” están dentro del antiguo espacio hogareño. 

Y con esta suerte de “casa abierta”, sobreviene también el “país abierto”: la migración a raudales. Cercanos y lejanos que se mudan principalmente a los EEUU, para quienes el “volver a casa” no se sabe si en un futuro será con posibilidad de vuelta definitiva, de resuelta vacación anual u ocasional nostalgia navideña pero sin intención de regresar, ni mucho menos residir, en el País, tan felices allá, o finalmente de un sueño imposible de cumplir. Es la dialéctica actual de la casa que era, la casa que es, la casa que será, la casa que no será nunca jamás. No es solo otro hogar lo que queda; es otro Puerto Rico. Quizá, otro Puerto Rico-mundo.

Con fotos que le toma pues a sus compueblanos y a su madre entre septiembre y noviembre del 2017, el visor de Hernández-Picó no puede sino quedar implicado. Atrás queda la distancia -segurona- que impone el aparato mecánico. Sin el recurso del texto, las imágenes en sí mismas dejan entreoír, ruborizantes, el espacio fuera de campo, el íntimo mundo extra-visor: ¿estás bien?, ¿te ayudo en algo?

El objetivo fotográfico es envolvente, y su pretendida “objetividad”, aparente. La intra-habitación en la imagen, en el mundo de la experiencia, es total. El sonido de la escoba, del embalaje, de la mudanza a otros lares, es penosamente audible.

Pero la imagen capta a la vez otros detalles: llama la atención, pese a todo, la voluntad de morar, a como dé lugar, de quedar en pie, de los maricaeños fotografiados. Quizá por ello la imagen insiste, a grandes rasgos, en el plano general, el encuadre nivelado, el ángulo recto o ligeramente en contrapicado, la altura media, la composición con profundidad de campo que combina por términos figura, casa-ruina, y paisaje-cielo, los valores tonales de color altos, destacando la epopeya de la sobrevivencia diaria, con aire marcial digno. Sin embargo, con la figura humana descentralizada en ocasiones, el punto focal no es siempre el ser humano: hay fuerzas en juego aquí más grandes que lo humano. Cielos tupidos de nubarrones o de misteriosa refulgencia azul, no se sabe si tratan de gloriosa esperanza u ominoso agüero.

Lamparazo general, esta exposición, y el evento que trata, es un llamado. A leguas de distancia de las fotos-símbolo de la iconografía de los sectores rurales de los años cuarenta y del predominio de la crónica urbana en Puerto Rico, Hernández-Picó hace su aporte desde una suerte de arte-acción, de relato visual y acto, que como en otrora hiciera la pintura de género flamenca del Barroco, capta acá otra extimidad: las entretelas – ¿o entrelonas? – de un nuevo mundopaís.  

Dorian Lugo-Bertrán es Catedrático y director del Programa de Estudios Interdisciplinarios de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. El Dr. Lugo-Bertrán se especializa en estudios de roles de género y sexualidad aplicados a dos objetos de estudio, la literatura tempranomoderna europea y el audiovisual latinoamericano.